Voy viajando en un camión. Mi destino: el metro Rosario. Mi mala costumbre: me voy quedando dormido. Son las 4 de la tarde y tengo que llegar a la escuela. De un tiempo para acá desarrollé la extraña habilidad (que tanto me impresionaba de otras personas) de dormir en los trayectos del transporte público y despertar justo donde me tengo que bajar.
Se detiene el camión, la gente se levanta y ya estoy despierto. Como estaba sentado en medio, pienso por qué puerta bajaré. Volteó a la de adelante y veo que hay algo de gente, entonces me decido por la puerta trasera. Bajo y camino hasta llegar a las escaleras para subir al metro. Ahí veo a un viejito que se acaba de bajar también (por la puerta delantera). Está encorvado y yo asumo que espera a tener la suficiente presencia de espíritu para subir por las escaleras. Seguramente está juntando fuerzas... Desde que lo vi en el camión me llamó la atención. Sería tal vez su estilo: barba canosa al igual que su largo cabello, el cual llevaba recogido en una cola de caballo debajo de una boina gris, adornada con una pluma en el lado izquierdo. Vestía una especie de suéter color azul rey, debajo una camisa a cuadros, sus pantalones también eran azules, usaba tenis y llevaba colgado al hombro (con lo que parecía ser una agujeta) un paraguas. Paso junto a él y veo de reojo que alguien se acerca, tal vez para ayudarlo.
Pienso en la caridad. Pienso en lo que significa ayudar a un viejecito a subir las escaleras del metro. Pero no tengo tiempo, lo que tengo es prisa. En esta ciudad así se vive. Como siempre, subo los escalones de dos en dos. Cuando llego arriba, lo imposible...
Veo que, caminando atléticamente, ¡aquél viejo me adelanta un buen tramo! Quedo consternado. Acabo de dejarlo abajo de las escaleras y jamás me rebasó. Sin poder creerlo aún, y sin que el escalofrío haya pasado por completo, aprieto el paso. ¡Tengo que seguirlo!
Mientras voy detrás de él pienso en qué pasará si toma la otra línea (del Rosario salen 2 líneas). ¿Lo seguiría? ¿Y la escuela? Las preguntas se evaporan cuando aliviado veo que toma la línea a la que voy. Casi tengo que correr para alcanzarlo. Lo sigo hasta el andén, intento disimular mientras voy tras él. Camino a una distancia prudente. Se detiene y me detengo. Finjo mirar hacia ambos lados en espera del metro. Él me da la espalda. Siento que es a propósito. Me siento nervioso y emocionado. Es ahora cuando reflexiono sobre lo que vi hace unos momentos. ¡Jamás pasó junto a mí! ¡No pudo haber corrido hacia las otras escaleras y subir tan rápido!
Sin embargo cuando subí, ahí estaba, sacándome ventaja. Misteriosamente obligándome a seguirlo. Un instánte atrás era un viejito encorvado a los pies de una escalera.
Sigo actuando como si no pasara nada mientras pienso en estas cosas. Ya viene el metro. Ahora pienso en qué hacer si se sube a otro vagón, que es lo más probable por la distancia que nos separa. Se detiene el metro, veo que nos toca el mismo vagón, aunque en extremos opuestos. Se abren las puertas y me subo. En lo que estoy decidiendo si cruzar todo el vagón para sentarme cerca de él, ¡veo que ya se está sentando junto a mí! Quedo consternado por segunda vez. ¡¿En qué momento cruzó todo el vagón?! Me empieza a dar una especie de temor. Sin embargo tomo el asiento que está justo frente a él y pienso en las palabras que diré. Me mira a los ojos y no encuentro ni valor ni palabras. Su mirada es fuerte y aunque su cara se muestra amable, le tengo miedo. Le he visto hacer cosas sobrenaturales...
Mete las manos a los bolsillos y saca algo que no alcanzo a distinguir, pero que usa a modo de tapones para los oídos. Me mira y se coloca uno por uno. Ya no puedo hablarle... ¿Será la forma que tiene de decirme que en este encuentro no cruzaremos palabra alguna?
Me doy cuenta de que, contrario a mi costumbre, no tengo sueño, e intento recordar hace cuánto no viajo despierto. Me pregunto en dónde se bajará este extraño personaje. Me pregunto si será un fantasma. De verdad lo empiezo a creer... Pasa una estación y sin motivo aparente se desliza al lugar de al lado, golpeando ligeramente mi pie con el suyo. ¡Por lo menos es sólido! Mando al carajo la idea del fantasma. Se levanta para bajarse en Tacubaya. ¡Tacubaya! No tengo conciencia de haber recorrido tantas estaciones (nueve). El metro se detiene, se abren las puertas y le veo alejarse caminando. Espero a que voltee una última vez, pero desaparece entre la gente. No es que lo haya perdido de vista, simplemente ya no está.
Me miro las manos con la esperanza de descubrir que estoy soñando. Compruebo que no es así. Pienso en una escena de la película Peaceful Warrior (El Camino del Guerrero).
Me pregunto tantas cosas... Y pienso en la vida. Pienso en el mito. Pienso si se lo contaré a alguien. Inception (El Orígen) casi da en el clavo. ¿Me estaré volviendo loco?
No me bajé para perseguirlo en Tacubaya porque tengo que llegar a la escuela.
Miento, esa es la justificación que quiero darme. No me bajé en Tacubaya porque sé que no será la única vez que nos encontremos.
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