Llega este bendito día y tengo que utilizar un medio de transporte que francamente he detestado. Miro el lado positivo: es sólo un día a la semana y es para llegar a mi clase favorita.
Durante mucho tiempo lo he utilizado y sentí los estragos y el desgaste que provoca, al punto de anhelar con todas mis fuerzas ver llegar el día en el que jamás tuviera que utilizarlo de nuevo! No volver a poner un pie en el metro ni subirme a un camión. Al menos no en esta ciudad. Y es que uno no tiene que ser tan sensible para darse cuenta de que viaja con gente medio viva o medio muerta, con un vacío en la mirada que da miedo. Además de la gente apestosa que te encuentras y el riesgo constante de ser asaltado (!). Bueno, no toda la gente que viaja en el metro es así, pero dense una vuelta y me platican...
Aquí va un texto que escribí inspirado en aquel subterráneo.
A la deriva
Están rotos, como jarrones rotos, despostillados. Conformes con una vida impuesta. Sus sueños se pudren en el desperdicio.
Viajan como fantasmas, como bolsas de plástico en el mar, a la deriva.
Sus corazones llenos de nostalgia... Imágenes lejanas en la niebla del olvido, envueltos en lodo, abatidos. Difícilmente sienten la agonía.
Miradas perdidas, horizontes que no llegarán. Es una canción tan odiada como conocida. Un recuerdo de derrota.
Y así van sus almas, opacas y dormidas, viajando hacia la nada. En un mar, a la deriva.
Este semestre creí haberme salvado de la tortura, pero gracias al fabuloso programa "Hoy no circula", estoy condenado a sufrir un día a la semana. O así lo creía...
Lo cual me lleva a presentar mi siguiente entrada, que es el relato de lo que me pasó en el que llamo Miércoles I y parte de lo que me ha motivado a escribir este blog. Al parecer ese tedio/asco/desesperación se transmutó mágicamente convirtiéndose en asombro. Así, un día a la semana dejó de ser tortura, ahora es experiencia. Porque mis circunstancias son totalmente diferentes. Porque no cambió el mundo, cambié yo.

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